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Publicado el 27 de marzo de 2023 por Nohemi Sala

Analizando las alteraciones óseas de los esqueletos para descifrar el pasado

Nohemi Sala - CENIEH

 

Los fósiles humanos son una fuente de información sobre nuestro pasado y nuestras raíces biológicas y comportamentales que no tienen paralelo. Permiten conocer cómo eran sus cuerpos, cómo han evolucionado biológicamente a través del tiempo geológico, sus capacidades mentales y físicas, sus enfermedades, su genética, cómo han interaccionado con el medio que les rodeaba, sus modos de subsistencia, sus comportamientos más simples y más complejos, su capacidad simbólica y un largo etcétera. Lo malo es que los yacimientos de cronología pleistocena con fósiles humanos son una rareza del registro fósil. Si comparamos el número de yacimientos con restos de los objetos líticos utilizados por las poblaciones paleolíticas, o aquellos que contienen fósiles de animales, asociados o no a ocupaciones humanas, con los que han proporcionado fósiles humanos, nos damos cuenta de la singularidad de las colecciones paleoantropológicas. Muchos de los yacimientos que contienen vestigios humanos, corresponden a elementos aislados, como dientes o fragmentos óseos que han llegado a nuestros días gracias a una carambola geológica que ha favorecido su preservación. El registro se vuelve aún más exiguo si buscamos lugares donde se han recuperado esqueletos completos, o todo lo completo que puede estar un esqueleto tras cientos de miles de años en la litosfera. Estos contextos están normalmente asociados a lugares interpretados como enterramientos, entendiéndose como tal, la excavación de una fosa o la utilización de un hoyo natural en el suelo para depositar un cuerpo y cubrirlo con sedimento y/o rocas. Este tipo concreto de comportamiento funerario, implica un enterramiento inmediato de los restos que, en ausencia de procesos destructivos posteriores, favorece su fosilización hasta nuestros días. Si los cadáveres no están expuestos a agentes atmosféricos, cambios bruscos de temperatura ni elementos biológicos como carroñeros, tienen mayor probabilidad de preservarse y fosilizar. Es decir, los enterramientos funerarios juegan a favor del registro fósil. El problema, es que estos contextos son exclusivos de los últimos 100.000 años…

 

Existe una cueva de una antigüedad de más de 400 milenios en la que se han recuperado miles de huesos de más de 29 individuos. Esta cueva se llama la Sima de los Huesos y se encuentra en la burgalesa sierra de Atapuerca. En esta cueva las condiciones de temperatura y humedad han sido constantes durante el último medio millón de años. Además, es una cavidad a la que no pueden acceder animales ni personas y salir nuevamente, es decir, si se accidentaban y caían quedaban atrapados. De alguna manera, este lugar ha funcionado como una cápsula del tiempo, cuyas características geológicas han jugado también del lado del registro fósil. Estas condiciones han favorecido la excepcional preservación de los huesos de estos individuos, incluso los elementos más frágiles. En este caso, estos cuerpos no fueron enterrados como sus parientes que vivieron miles de años después. En esta época aún no se había desarrollado el enterramiento como manifestación funeraria. Lo de la Sima, es diferente.

 

Recientemente ha sido publicado un nuevo estudio en el que se han analizado los elementos postcraneales, es decir, los restos óseos de cuello para abajo, de los restos humanos recuperados en la Sima de los Huesos desde los años 70. Los resultados obtenidos vienen a corroborar investigaciones previas, permitiendo afianzar algunas de las interpretaciones de los procesos tafonómicos que han afectado a estos homininos. 

 

La excelente conservación de regiones susceptibles de ser consumidas por carnívoros, junto con los patrones de modificación ósea, descarta categóricamente la intervención de carnívoros en el transporte y acumulación de cadáveres humanos en el interior de la cueva, relegando la actividad de los carnívoros, a procesos esporádicos de carroñeo, seguramente por osos que cayeron accidentalmente al interior de la cavidad.

 

Al igual que en el caso de los elementos del cráneo, la fracturación principal de los huesos del cuerpo tuvo lugar mucho tiempo después de la muerte de los individuos, cuando los cadáveres ya no tenían tejidos blandos y cuyos huesos estaban “secos”. No obstante, una pequeña proporción de fracturas se produjo probablemente en el momento próximo a la muerte, lo que técnicamente denominamos peri mortem, o en hueso fresco. A diferencia de los elementos craneales en los que se pudo establecer las causas de algunas fracturas peri mortem, en el esqueleto postcraneal no se ha podido determinar si las escasas fracturas en hueso fresco fueron producidas por accidentes, actos de violencia o por la caída de los cuerpos a través del pozo vertical que da acceso al yacimiento. No se han encontrado fracturas defensivas, por ejemplo, en los cúbitos, que pudieran relacionarse con los casos de violencia documentados en los cráneos. Por último, los fósiles de la Sima se han visto afectados por procesos de modificación post mortem propios de contextos de interior de cueva, como fracturación por peso de sedimento, precipitación de minerales tales como óxidos de manganeso o costras de carbonato cálcico y ligera actividad de roedores. 

 

El análisis realizado en los cráneos sugirió que los humanos de la Sima estaban ya muertos cuando llegaron a la cavidad, es decir, no se pudieron accidentar por la sima vertical de 14 metros que da acceso a la cavidad. Si tampoco fueron los carnívoros ni los procesos geológicos, entonces debieron ser otros humanos los que arrojaron los cadáveres a ese pozo subterráneo. Aún continúan las investigaciones en el yacimiento sobre si esta conducta corresponde a comportamiento mortuorio o funerario que, aunque normalmente se utilizan como sinónimos, no lo son. 


Algunos ejemplos de huesos largos recuperados en la Sima de los Huesos donde se observan las roturas producidas mucho tiempo después de la muerte de los individuos, por presión de sedimento, que es el patrón dominante en la colección. Créditos: Javier Trueba MSF.