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Publicado el 19 de junio de 2024 por Arce Domingo e Irene Martinez- Morata

Revolución y retos de la inteligencia artificial

Autores: Arce Domingo e Irene Martínez-Morata

 

Cada año, la prestigiosa revista científica Nature elabora una lista de los 10 científicos más influyentes del momento. Un reconocimiento a aquellos que, con sus investigaciones, han logrado cambiar el curso de la historia. Pero algo ha alterado la naturaleza de esta lista, de la misma forma que ha alterado nuestro modo de vida. La lista incluye, por primera vez, un ente no humano: la herramienta de inteligencia artificial (IA) ChatGPT, un robot capaz de mantener conversaciones y responder preguntas realizando una recopilación eficiente de información.


La IA ha irrumpido con fuerza en las vidas de todos nosotros, incluso de aquellos que, legítimamente escépticos, han tratado de evitarla. Desde el uso del GPS hasta las recomendaciones personalizadas de Netflix, todo pasa por algoritmos complejos que se nutren de datos en tiempo real. Pero, ¿qué es exactamente la IA?

 

La IA es el campo de la informática dedicado a la resolución de problemas asociados comúnmente a la inteligencia humana, como el aprendizaje, el razonamiento y la percepción.

 

En palabras sencillas, la IA trata de imitar a nuestro cerebro para resolver problemas de forma eficiente y rápida sin necesidad de intervención humana. Existen dos claves imprescindibles para entender su funcionamiento:
 
  • Funciona a través de algoritmos, o conjuntos ordenados de operaciones matemáticas.
  • Se nutre de datos, que le permiten establecer patrones y pueden actualizarse en tiempo real. De ahí que los datos se hayan convertido en el activo más valioso del siglo XXI.
 
A pesar de la innegable capacidad de la IA para mejorar nuestras vidas y contribuir a la ciencia, la inclusión de ChapGPT en la lista de Nature ha traído consigo un intenso debate sobre la imperiosa necesidad de establecer regulaciones y advertir sobre sus riesgos. No sería la primera vez que el ser humano utiliza importantes hallazgos científicos con finalidades cuestionables, lo que nos lleva a preguntarnos: ¿es mayor el beneficio que el riesgo?
 
Beneficios de la inteligencia artificial

Hoy en día, hasta los más reacios al uso de las nuevas tecnologías tienen la IA presente en sus vidas, en ocasiones, sin darse cuenta:
 
  • Es probable que nuestros lectores utilicen diariamente el correo electrónico. La IA es responsable de filtrar los correos no deseados, que podrían contener virus o estafas. Aunque esta clasificación no es perfecta (“¡No me ha llegado tu correo! Estaba en Spam”), sí ayuda a mantener a raya algunas estafas generalizadas.
  • Por muy buen sentido de la orientación que tengamos, debemos reconocer que la mayoría de nosotros ve ya imposible viajar sin utilizar el navegador GPS.
  • Las recomendaciones en plataformas como Netflix y Spotify, así como las interacciones entre usuarios en todas las redes sociales, también dependen de la IA.
  • Aspectos más avanzados como la identificación facial a la hora de desbloquear el móvil, o los asistentes virtuales como Siri, del que se puede obtener respuesta inmediata a casi cualquier pregunta (“Siri, ¿quién descubrió América?”), también funcionan con IA.

 

Al margen de estas aplicaciones cotidianas, la IA ha patrocinado logros mucho más sorprendentes, desde predecir un tornado devastador con suficiente antelación como para tomar medidas, hasta derrotar al campeón mundial de uno de los juegos de mesa más complejos y estratégicos del mundo.

 

La inteligencia artificial en la ciencia


La ciencia se ha nutrido de esta tecnología, haciendo posibles avances que resultaban inimaginables. Resucitar moléculas de animales ya extinguidos (como el mamut) para crear antibióticos suena más a trama de película de ciencia ficción que a proyecto científico a gran escala. Sin embargo, la IA y el liderazgo del científico español César de la Fuente, de la Universidad de Pensilvania, lo han hecho posible. En su laboratorio crearon el primer antibiótico desarrollado mediante IA.


No se ha quedado atrás el gigante tecnológico Google en la tarea de revolucionar la ciencia mediante la IA. Con la creación de Alphafold, ha hecho posible predecir la estructura de cualquier molécula de cualquier ser vivo, así cómo las relaciones entre ellas. Hablamos de resolver un problema fundamental de la ciencia que costaba años y cientos de miles de euros, en pocos segundos y de forma gratuita.


La IA también ha protagonizado avances revolucionarios en el campo de la arqueología. Por ejemplo, permitió la detección de geoglifos de hace más de 2000 años en la región de Nazca (Perú). La IA contribuyó a identificar dibujos con formas humanas y de animales en las piedras, gracias a su capacidad de análisis de datos en tres dimensiones de forma rápida y eficiente.


Son solo ejemplos concretos de las innumerables contribuciones de la IA a campos como la física de partículas, la química orgánica y la imagen médica, entre muchos otros. Su potencial ha llegado tan lejos que un equipo de científicos japoneses consiguió incluso convertir señales cerebrales en imágenes. Esto permitiría literalmente grabar imágenes de lo que una persona está soñando o imaginando. Esta aplicación, sorprendente a la par que aterradora, nos lleva a plantearnos cuáles son los riesgos asociados a esta tecnología.

 

Los riesgos de la inteligencia artificial


La humanidad dedica ingentes cantidades de recursos a hacer más potentes los sistemas de IA, no así a garantizar su seguridad y a mitigar sus posibles daños. El escándalo de Cambridge Analytica (relatado en el documental de Netflix “El Gran Hackeo”), en el que la consultora consiguió modificar la opinión de las personas recopilando sus datos y lanzando publicidad y mensajes personalizados, pone de manifiesto el peligro que pueden suponer las herramientas de IA en manos de unos pocos actores poderosos. Sin regulaciones adecuadas, la IA amenaza, según los expertos, con aumentar las desigualdades, erosionar la estabilidad social, debilitar nuestra comprensión compartida de la realidad e incluso promover el terrorismo a gran escala.


Pero la mala intención de unos pocos está lejos de ser el único problema al que nos enfrentamos. Numerosos expertos de gran prestigio temen una pérdida irreversible del control humano sobre los sistemas autónomos de IA, que no necesitan a los humanos para funcionar. Advierten de que la IA autónoma podría llegar a influir en la toma de decisiones y manipular los sistemas informáticos detrás de nuestros medios de comunicación, banca, cadenas de suministro, ejércitos y gobiernos, llegando a un punto de no retorno. Ya existen ejemplos de esta IA engañosa: científicos del MIT publicaron un estudio en el que documentaron ejemplos de sistemas de IA que utilizaron el engaño sin ser entrenados para ello, por ejemplo, aprendiendo a burlar las pruebas diseñadas para verificar su seguridad, llamadas CAPTCHA (el clásico “no soy un robot”).

 

Fuente imagen: SciTech daily

 

Regular y legislar, una necesidad emergente


Así pues, ¿qué hacemos para mitigar estos riesgos, a la par que aprovechamos todo el potencial de la IA para mejorar nuestras vidas? Los expertos apuntan a tratar los sistemas de IA engañosa como de alto riesgo o riesgo inaceptable en los marcos de regulación, a reforzar las leyes que exigen que los sistemas de IA se distingan claramente de los humanos (un ejemplo son las marcas de agua que se añaden a las imágenes generadas por IA), y a desarrollar sistemas de detección de engaño sólidos. También inciden en la opacidad de la toma de decisiones mediante IA, y la necesidad de entender su funcionamiento interno.


La regulación de la IA es considerada uno de los retos fundamentales de nuestra era, y tanto la Unión Europea como Estados Unidos ya han comenzado a legislar para intentar garantizar su seguridad. La gran pregunta es si llegaremos a tiempo de establecer los mecanismos de control adecuados antes de que sea demasiado tarde. En palabras de Yuval Noah Harari, uno de los grandes pensadores de nuestra era, “las nuevas tecnologías pueden crear el cielo o el infierno, pero no estamos seguros de cuál es cuál".