Publicado el 11 de diciembre de 2012 por Cintia Refojo
¿Por qué cooperamos?
Imagine por un momento que es sospechoso de haber cometido un delito junto a otra persona, aunque no tienen suficientes pruebas para condenarles. Tras separarle de su cómplice, la policía los visita a cada uno por separado y les ofrece el mismo trato. Si usted confiesa y su cómplice no, el cómplice será condenado a la pena total, diez años, y usted será liberado. Si usted calla y el cómplice confiesa, usted recibirá esa pena y será el cómplice quien salga libre. Si ambos confiesan, ambos serán condenados a seis años. Si ambos lo niegan, todo lo que podrán hacer será encerrarlos durante seis meses por un cargo menor. ¿Qué haría? Esta hipotética situación se conoce como el “Dilema del prisionero” y ha sido utilizada para estudiar la cooperación a través de la teoría de juegos, un área de las matemáticas que utiliza modelos para estudiar interacciones. Resumiendo mucho, la teoría de juegos tiene en cuenta los costes y beneficios de cada decisión (en este caso cooperar o no hacerlo), teniendo en cuenta a su vez la decisión de la otra parte. Las diferentes opciones del “Dilema del prisionero” podrían resumirse en una matriz como esta: Revisando todas las posibles opciones, desde nuestro punto de vista individual, sea cuál sea la elección de nuestro cómplice, siempre reduciremos nuestra sentencia confesando, por lo que la opción más óptima para nosotros sería no cooperar con él. Es por ello que la cooperación es una conducta que resulta difícil de encajar dentro del mecanismo de la selección natural. Si un comportamiento como no cooperar produce una ventaja a estos individuos frente a los que sí cooperan, sería esperable que este comportamiento ventajoso se extendiese a toda la población. Sin embargo, la cooperación, que ha sido fundamental en la historia del ser humano, está presente en un gran número de especies que viven en grupo. Cuando los búfalos se agrupan formando un círculo para proteger a sus crías frente a los depredadores, cuando los murciélagos regurgitan parte de su comida para compartirla con aquellos compañeros que han tenido peor suerte a la hora de encontrar alimento, o cuando las lobos cazan en grupo para obtener una presa mayor, es la cooperación lo que hace posible que estas estrategias tengan éxito. Por eso, existen diversas teorías que han tratado de explicar la cooperación desde el punto de vista evolutivo.
Una de las más famosas es la teoría del altruismo recíproco propuesta por Trivers. Esta idea se basa en el “hoy por ti, mañana por mí”, es decir, que sería beneficioso ayudar a otro siempre y cuando ese alguien nos devuelva el favor algún día. El altruismo recíproco, sin embargo, también presenta algunas lagunas. Para que alguien pueda devolvernos el favor deberíamos convivir en un grupo estable en el tiempo y no demasiado grande. Además, los individuos deberían ser capaces de recordar sus interacciones con otros. El problema es que esto no siempre se cumple. En el caso de los humanos, nuestras enormes sociedades dificultan que la persona a quien ayudamos nos devuelva el favor. Por ejemplo, cuando paramos en la carretera para ayudar a alguien que ha pinchado una rueda. La reciprocidad indirecta, por su parte, serviría para explicar por qué sería beneficioso ayudar a otros, aun a riesgo de no volver a cruzarnos con ellos en el futuro. Según esta idea, ayudar a alguien nos proporciona una buena reputación que será recompensada por los demás. De este modo, si hemos prestado ayuda a alguien, otro nos la prestará a nosotros. Sin duda, el lenguaje jugaría un papel fundamental en este proceso. Una versión similar es la que propone que es el castigo hacia los no cooperadores por parte de la sociedad, lo que conduciría a la cooperación. Volvamos ahora a nuestro problema con la justicia y el Dilema del prisionero.
Analicemos las opciones de nuevo pero, esta vez, teniendo en cuenta el punto de vista de nuestro cómplice. Nos daremos cuenta de que, en realidad, no cooperar, que parecería la opción más beneficiosa desde un punto de vista individual, conduce a un resultado que no es el más óptimo. El motivo es que las opciones para nuestro cómplice serían exactamente las mismas que para nosotros y él, también decidiría no cooperar, con lo que siendo ambos racionales seríamos condenados a seis años. Por el contrario, si ambos hubiésemos optado por cooperar esta pena se habría reducido a solo seis meses. Este es precisamente el punto clave del dilema, el resultado más óptimo para cada individuo produce un resultado que no es óptimo a nivel de grupo. De este modo, una conducta beneficiosa a nivel individual podría dejar de serlo si todos los individuos la adoptasen. Para ejemplificar esto pensemos ahora en nuestro amigo Miguelón y su tribu de Homo heidelbergensis tratando de sobrevivir en Atapuerca. Imaginemos ahora que nuestro querido Miguelón, un individuo cooperador, sale de cacería con otros miembros de la tribu para conseguir alimento para el grupo. Aunque han obtenido una buena presa, Miguelón ha resultado herido con el dramático desenlace que todos conocemos y que, tras una grave infección, condujo a su muerte. Adiós a la perpetuación de los genes de nuestro amigo cooperador. Sin embargo, a diferencia de este, otro miembro de su tribu decidió no salir a cazar y no poner en riesgo su vida, aunque como todos disfruta de la presa. Este heidelbergensis “tramposo” seguirá viviendo y tendrá más opciones de reproducirse, con lo que su estrategia de no cooperar se perpetuará en el tiempo a través de sus descendientes. El problema viene cuando, después de unas cuantas generaciones, la tribu estuviese compuesta únicamente por heidelbergensis tramposos. Ahora nadie saldría a cazar, por lo que sin alimento, el grupo de no cooperadores terminaría por desaparecer. ¿Cómo tener en cuenta el resultado del grupo? Esto es lo que trata de hacer la teoría de la selección de grupo, más recientemente reformulada como selección multi-nivel. Es decir, la idea de que la selección no opera únicamente a nivel de individuos. Los trabajadores de una empresa competirían entre sí, pero a la vez, cooperarían grupalmente para competir frente a otras empresas. Ya el propio Darwin pensaba que los grupos cuyos miembros cooperan tienen una ventaja frente a aquellos que no lo hacen, y esto sería el resultado de la selección natural.
Aunque esta explicación parece obvia, lo cierto es que ha sido muy poco aceptada porque se enfrenta directamente con uno de los pilares centrales de la biología evolutiva moderna, que la selección natural actúa más fuertemente sobre los individuos y familiares genéticos que en los grupos sociales más amplios. Así que de nuevo nos encontraríamos con que, en un grupo de cooperadores, el individuo que no cooperase saldría beneficiado. Lo cierto es que la vida en grupo nos da oportunidades continuadas de interaccionar, de modo que la realidad se parece más a lo que se ha llamado el Dilema del prisionero iterado. Es decir, en lugar de enfrentarnos a la decisión de cooperar una única vez, tenemos que tomar esta decisión muchas veces en el tiempo a lo largo de nuestra vida en el grupo. Las simulaciones con ordenador del Dilema del prisionero jugando repetidas veces, mostraron que la mejor estrategia para conseguir una pena menor es el Toma y daca (tit for tat, `Donde las dan, las toman`). La estrategia consiste simplemente en cooperar en la primera iteración del juego, y después de eso elegir lo que el oponente eligió la ronda anterior. Es decir, una versión del altruismo recíproco o indirecto (coopero si cooperas). Una estrategia ligeramente mejor es `tit for tat con capacidad de perdón`, es decir, cooperar de nuevo incluso cuando el otro individuo no lo haya hecho. Algo muy significativo si tenemos en cuenta que la reconciliación es un mecanismo común en algunos primates no humanos e incluso en otras especies animales. La reconciliación o el perdón permiten restaurar una relación y continuar cooperando cuando uno de los individuos haya cometido un error. El Dilema del Prisionero también nos enseña que algunos comportamientos como la cooperación, aunque dependan de mecanismos que puedan haber evolucionado en un determinado escenario (al igual que el perdón o el altruismo), tienden a modularse en función de la experiencia.
De este modo, nuestra mejor respuesta dependerá de experiencia pasada. Así mismo, nuestra decisión de cooperar, puede estar influida por el tipo de relación que tengamos con el otro. En un grupo estable donde los individuos tienen un largo pasado de interacciones resulta más fácil discernir si podremos contar con su ayuda en el futuro. El estudio de la cooperación seguirá sin duda ocasionando un apasionado debate que nos ayudará a entender cómo ha evolucionado esta conducta en diferentes especies y escenarios evolutivos. Pero lo que es seguro, es que sin la cooperación nunca habríamos pisado la Luna, generado el enorme conocimiento científico que hoy conocemos, o disfrutado de un concierto de los Rolling Stones. Cintia Refojo